El covid y la cultura del miedo

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El covid y la cultura del miedo. Durante dos años hemos sido testigos del mayor y más exitoso experimento de control del comportamiento de la población de la Historia.

Durante dos años hemos sido testigos del mayor y más exitoso experimento de control del comportamiento de la población de la Historia.

Esta masiva manipulación psicológica, que el paso del tiempo nos permite analizar con mayor sosiego, no podría haber tenido tanto éxito de no haber encontrado el campo abonado en una sociedad previamente debilitada por la Cultura del Miedo.

La Cultura del Miedo nos infunde un miedo constante a todo mientras pretende que no confiemos en nosotros mismos sino en el Poder, carcelero benevolente a quien debemos entregar nuestra libertad para que nos proteja de todo mal en el único lugar verdaderamente seguro: entre rejas.

Así, sólo podremos estar a salvo de todo peligro si cumplimos a rajatabla las normas que nos imponga el Poder en cada momento.

El ejemplo más patente de la Cultura del Miedo ha sido el experimento totalitario puesto en marcha durante el covid, esa “gran oportunidad”, en palabras de los iluminados del Foro Económico Mundial.

El miedo

El primer ingrediente de este experimento fue el pánico creado por la campaña de terror mediático, diseñada para lograr que la población aceptara unos atropellos alucinantes y se inyectara alegremente unas “vacunas” y terapias genéticas experimentales.

Esta histeria colectiva, creada adrede, permitió escenarios dictatoriales, como abusos policiales, toques de queda y confinamientos, mientras aparecía la penosa figura del colaboracionista que denunciaba a sus vecinos, típica de regímenes totalitarios.

Causa estupefacción la hipocresía de políticos y medios occidentales, que habiendo defendido el encierro de sus ciudadanos y la persecución como delincuentes de quienes osaban desobedecer, aparentan escandalizarse ante los confinamientos en China y aplauden a los manifestantes que se atreven a protestar contra la tiranía.

La mentira

El segundo ingrediente fue la mentira, pues la clave de la campaña de terror fue la ocultación de un dato esencial: desde mediados del 2020 se sabía que el covid sólo era una enfermedad potencialmente grave para la población de riesgo, una minoría definida por edad y cuatro comorbilidades: obesidad, diabetes, hipertensión y cardiopatías.

Para el resto, el covid era una enfermedad estadísticamente leve, como señalaron numerosos estudios epidemiológicos internacionales, España incluida. Estudios más recientes han cuantificado la letalidad (IFR) del covid en el 0,03% para menores de 60, siendo asintótica con el cero para personas sanas menores de 30.

La campaña de terror no fue espontánea sino deliberada, incluso planificada desde el poder: documentos del gobierno británico revelan que, preocupado porque “un número sustancial de personas no tenía una suficiente sensación de peligro”, propuso que “su nivel de percepción de peligro fuera aumentado con mensajes emocionales impactantes a través de los medios”.

Así, durante dos largos años, los obedientes medios de comunicación publicaron diariamente, en un bombardeo de terror sistemático parecido al utilizado para la tortura psicológica de prisioneros, los relatos y las imágenes más aterradoras posibles, personas intubadas y cuerpos tapados con una sábana.

Con el objeto de que nadie se sintiera a salvo, las historias de terror alternaron metódicamente casos de distintas edades y enfatizaron el contagio de asintomáticos, muy inhabitual (como se sabía desde el 2020) y el contagio por superficies, enormemente improbable (como se sabía desde el 2020).

Los medios de comunicación nos hicieron creer que estábamos ante un asesino invisible con súper poderes. No era verdad, y cuando los yonquis del poder les ordenaron parar, lo hicieron, y de la noche a la mañana no volvieron a hablar del covid.

Medidas despóticas y arbitrarias

Las medidas liberticidas e irracionales se sucedieron una tras otra. Los ilegales confinamientos (¡de personas sanas!), criticados por los mejores epidemiólogos del mundo, fueron un completo desastre que arruinaron mental y económicamente a decenas de miles de personas sin beneficio alguno, llegando a la barbarie de condenar a nuestros mayores a morir solos.

Tras decir que las mascarillas eran inútiles, nos las impusieron sádicamente hasta en el campo y en la playa, algo tan ridículo que da vergüenza recordarlo. La evidencia científica sobre su utilidad epidemiológica frente a un virus brillaba por su ausencia y, consecuentemente, no impidieron que se sucedieran ola tras ola de contagios, pero daba igual. Lo que sí lograron las malditas mascarillas fue trasladar una permanente sensación de peligro que convertía al otro en una amenaza.

El uso de mascarillas de tela, compradas en tiendas de ropa por su estampado y no por su capacidad de filtro, indicaba que estábamos ante una completa farsa, pero la sugestión colectiva era tan fuerte que la gente sencillamente no pensaba.

Esta foto del último Congreso del Partido Comunista Chino muestra la naturaleza política de ese símbolo de sumisión que es la mascarilla:


Los que mandan pueden estar sin ellas; los mandados, no.

El infame pasaporte covid

Quizá el mayor abuso del derecho y de la razón fue la imposición del pasaporte covid, pues las vacunas y terapias genéticas nunca previnieron el contagio ni la transmisión de la enfermedad, como hace pocas semanas reconoció el propio Pfizer ante el Parlamento Europeo.

Así, el argumento de la “inmunidad de rebaño” (¿recuerdan?) fue otra mentira deliberada para lograr la vacunación universal, pues las vacunas nunca fueron esterilizantes y, por lo tanto, jamás pudieron haber frenado la transmisión.

Sin embargo, a sabiendas de la falsedad del argumento y con el único fin de promover torticeramente la vacunación, el contubernio político-mediático-farmacéutico, apuntalado en España por una bochornosa sentencia del Tribunal Supremo, logró imponer el pasaporte covid en algunas regiones haciendo creer que los vacunados estaban protegidos y desatando una caza de brujas contra los no vacunados, acusándoles falsamente de propiciar la continuación de la epidemia.

Como nos recuerda Hannah Arendt en Los Orígenes del Totalitarismo, “han existido hombres capaces de resistir a los más poderosos monarcas y de negarse a someterse ante ellos, pero ha habido pocos que resistieran a la multitud, que, encontrándose solos ante las masas manipuladas, se atrevieran a decir no cuando se le exigía un sí”. Esto fue exactamente lo que hicieron quienes decidieron no vacunarse.

En realidad, el pasaporte covid jamás tuvo nada que ver con la Medicina sino con la creación de un precedente de Identidad Digital, idea distópica que desde hace años acaricia el Foro Económico Mundial con el objetivo de crear un instrumento de crédito social para el control de la población. Así, a los ciudadanos que no obedezcan se les dificultará llevar una vida normal (cajeros, supermercados, restaurantes, viajes, etc.).

Éste es el motivo por el que la UE, laboratorio por excelencia del globalismo, ha extendido el pasaporte covid un año más a sabiendas de su inutilidad epidemiológica.

Vacunas innecesarias e ineficaces

Las “vacunas” covid, que han sido el producto más lucrativo de la historia de la industria farmacéutica, fueron aprobadas con demasiada celeridad por unos reguladores sujetos al conflicto de interés de las puertas giratorias y que apenas supervisaron los ensayos clínicos, según ha denunciado el British Medical Journal.

Avariciosas empresas farmacéuticas, reguladores que miran hacia otro lado, globalistas megalómanos y políticos ignorantes y sin escrúpulos. ¿Qué podía salir mal?

Para poder aprobar las “vacunas” primero tuvieron que demonizar o prohibir tratamientos tempranos baratos y prometedores porque, de haber existido un tratamiento eficaz, no habrían podido aprobarse por vía de emergencia.

El carácter universal del programa de vacunación nunca estuvo justificado, pues en adultos sanos, jóvenes o niños (para quienes la enfermedad cursaba leve) no se cumplía el requisito de necesidad.

Tampoco fueron nunca necesarias para quienes ya habían pasado el covid, pues prácticamente siempre (y el covid no era una excepción) pasar una enfermedad infecciosa genera una respuesta inmunológica natural más potente y duradera que vacunarse contra ella.

Sin embargo, el contubernio buscaba una vacunación “universal”, y para ello desató una campaña que, por primera vez en la Historia, negó la inmunización natural. Este ninguneo de nuestro maravilloso sistema inmunitario encajaba en la Cultura del Miedo, que busca que sólo confiemos en el Poder, y no en nosotros mismos.

Por otro lado, pronto quedó evidente que las “vacunas” tampoco cumplían el requisito de eficacia: los vacunados continuaron contagiándose a mansalva y, con el rapidísimo decaimiento de la protección otorgada, siguieron muriendo por covid, hasta el extremo de que cuando el 80% de los muertos por covid en España eran personas perfectamente vacunadas (marzo del 2022) el gobierno dejó de publicar los datos.

El elefante en la habitación: los efectos adversos

A pesar de ello, continuaron las dosis “de refuerzo” de unas inyecciones que no sólo no funcionaban (¡cuatro inyecciones en 18 meses!), sino que causaban un nivel de efectos adversos sin precedentes, concentrados, según parece, en un intervalo de pocos meses tras la inyección.

Así, el significativo exceso de mortalidad cardiovascular (inexplicada, según los medios) “está probablemente causado por las vacunas ARNm”, en palabras de uno de los más prestigiosos cardiólogos británicos, otrora defensor de las vacunas covid. La evidencia estadística apoya esa conclusión.

De hecho, ya en junio de 2021 un estudio advertía que las vacunas podían causar dos muertes y cuatro efectos adversos graves por cada tres muertes que evitaban.

La actual epidemia de muertes súbitas, incluyendo jóvenes de 22 años muertos una semana después de vacunarse y con autopsia e informe forense declarando que la causa fue la vacuna, y los graves problemas isquémicos y cardiovasculares en niños, jóvenes (incluyendo deportistas de élite), adultos y ancianos perfectamente sanos (miocarditis y pericarditis, ictus, arritmias, trombosis y trombocitopenia, embolia pulmonar, etc.) no son los únicos efectos adversos conocidos. Están documentados graves efectos oculares, herpes zóster, parálisis facial de Bell, neuropatías, desórdenes menstruales, reducción de fertilidad y existen sospechas sobre potenciales efectos aceleradores en cánceres. Ante esta avalancha de evidencias, ¿dónde están los médicos?

Algunos continúan achacando el exceso de mortalidad cardiovascular al covid. Sin embargo, un reciente estudio israelí sobre 200.000 convalecientes de la enfermedad no observó en ellos ningún aumento de incidencia de miocarditis o pericarditis.

Si fuera el covid, ¿por qué no se produjo este exceso de mortalidad cardiovascular en el 2020, cuando el virus era mucho más agresivo? ¿Por qué ha tenido una correlación temporal con las campañas de vacunación y revacunación?

Ciertas autoridades van reculando. Dinamarca ya no ofrece las vacunas a menores de 50, salvo receta médica por comorbilidades (como debería haberse hecho desde un principio). El Estado de Florida (población: 21 millones) no las recomienda a menores de 40, pues según sus autoridades sanitarias los riesgos de las vacunas superan los beneficios para ese rango de edad (lo cual es cierto). Y Suecia tampoco recomienda ni ofrece ya vacunar a menores de 18. ¿Lo han leído en algún medio?

Durante dos años, quienes denunciaban esta locura basándose exclusivamente en datos eran tildados paradójicamente de “negacionistas” y se censuraban sus escritos, como me pasó a mí en el diario Expansión, sedicente liberal, cuando denuncié la irracionalidad e inmoralidad de vacunar a los niños contra el covid. En este caso la censura fracasó, pues el artículo fue leído por más de 350.000 personas en este blog.

Y durante dos años, las autoridades sanitarias y los colegios médicos intimidaron a los valientes facultativos que osaban alzar su voz en defensa de la evidencia científica. Ahora está cambiando la marea, y médicos de todo el mundo están denunciando lo que ha constituido el mayor escándalo de salud pública de la Historia.

Nunca más

Este fue el infierno que nos hicieron pasar con el covid. ¿Cómo podemos sacudirnos el hechizo y evitar que se repita? El primer paso es mantener una desconfianza axiomática en el Poder y limitar el consumo de medios de comunicación, a los que debemos ver como son en realidad.

Principal correa de transmisión de la Cultura del Miedo, no son una fuente fiable de información, pues a la ignorancia ideologizada del gremio se une la contaminación de la mentira, del sensacionalismo y de los intereses creados.

Así, aunque aparenten mantener posturas diferentes en lo banal (los rifirrafes de la política nacional), apoyan obediente y unánimemente las consignas verdaderamente relevantes para la cultura de hoy (covid, cambio climático, etc.).

Si queremos informarnos en profundidad sobre un tema, busquemos fuentes primarias, apliquemos el sentido común y preguntémonos quién tiene interés en que creamos algo y se beneficia de ello. Como decía Santayana, el escepticismo es la castidad del intelecto.

Idéntica recomendación de dieta aplica a las redes sociales, eficaces herramientas de control diseñadas para crear adicción y hasta ahora enemigas de la libertad de opinión, aunque Elon Musk en Twitter quizá cambie el statu quo.

También debemos desarrollar técnicas heurísticas para distinguir la verdad de la mentira, no dejándonos manipular por falacias y dando por sentado que, si algo es censurado, por defecto debe tratarse de una verdad que se quiere ocultar.

Finalmente, cuando nos abrumen las incertidumbres del futuro, las profecías apocalípticas o las tragedias con que nos asusta la Cultura del Miedo, volvamos la atención al presente y refugiémonos en la fortaleza inexpugnable de nuestro círculo de amor, del pequeño mundo real que nos rodea, de nuestra sencilla vida cotidiana, levantando el puente levadizo que nos separa de los terrores reales e imaginarios, lejanos en el tiempo y en el espacio, que la Cultura del Miedo agita para asustarnos.

Como aconsejaba Sir William Osler en su conocido discurso de Yale en 1913, “cultivemos el hábito de vivir cada día en compartimentos estancos, pues soportar hoy la carga de mañana, sumada a la de ayer, hace flaquear al más fuerte”.

Querido lector: el buen combate contra la Cultura del Miedo es duro, pero la victoria ofrece como recompensa la alegría de vivir, la paz interior y la libertad. No se rinda. Fe ciega en el triunfo.

El covid y la cultura del miedo

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